La célula que impulsa los días de Maritza





Este 6 de enero se cumplen 50 años del inicio de la Docencia Médica Superior en Matanzas, profesionales como Maritza Alonso González han transitado por este largo camino y continúan activos para formar a las nuevas generaciones.

¿Histología...? Confieso que al escuchar el nombre de esa especialidad médica me asaltaron las dudas. No es frecuente que el cubano de a pie la mencione en sus conversaciones sobre temas de salud, tan acostumbrado a hablar de pediatras, oftalmólogos, cirujanos, nefrólogos. Por eso el reto de entrevistar a Maritza, profesora consultante en la Universidad de Ciencias Médicas de Matanzas, implicaba conocer al menos un poco de ese mundo.

Considerada una Ciencia Básica estudia todo lo relacionado con los tejidos orgánicos: su estructura microscópica, desarrollo y funciones, nace de la necesidad humana de conocer el material biológico de los organismos vivos, más allá de lo que puede ser observado a simple vista.

Cuando llevas unos minutos de conversación con la doctora Maritza Alonso González, quien ha dedicado la mayor parte de su existencia a impartir clases de Histología, comprendes que la docencia médica y la familia, como una especie de célula, constituyen la verdadera unidad básica de su vida.

Apenas cumplidos unos años de graduada, aceptó la propuesta del primer decano Dr. Juan Casola Santana de cursar la especialidad en esa materia y a la vez, adentrarse en el magisterio para impulsar el trabajo en la incipiente Facultad de Medicina.

“En un principio quise estudiar Genética, pero era en la capital y tenía dos niños muy pequeños, me pareció más factible hacer la especialidad en Histología. Además por las circunstancias del momento, que estaba formándose el departamento de Áreas Básicas, la vehemencia con que nos habló el decano, la implicación que tenía, me enganchó la idea y me enrolé por eso”.

Recuerda entonces el apoyo de todo el equipo de la Facultad, de valiosas figuras como los doctores Gumersindo Suárez y Lissette Acosta, iniciadores de ese departamento y de su tutor, el doctor Manuel Cabrera, de la Escuela de Estomatología.

Aquella metamorfosis que sufrió de joven al llevar bata blanca y tiza en mano frente a un montón de muchachos en el laboratorio selló un pacto de sacerdocio. Dedicaba 32 horas de docencia directa en la semana de las 40 laborales, solo logradas tras la preparación durante la carrera, mucho estudio individual y viajes en botella a La Habana para recibir asesoramiento.

“Era una época difícil y no pensábamos en obtener algo a cambio, sino en realizarnos como profesionales. Ahora siento un latir fuerte cuando encuentro a exalumnos con responsabilidades en hospitales y otros locales y expresan cariño. Esto significa mucho porque aunque amo la atención asistencial, la pedagogía hizo crecer en mí esa vocación de servir a la humanidad”.

Su interés por llevar adelante la Educación Médica Superior traspasó todo tipo de fronteras. Hasta la Universidad de Roraima, en Brasil, llegó con un grupo de profesores para ayudar a establecer la carrera de Medicina como vicedecana docente.

Cuenta que el trabajo educativo de los cubanos logró transformar el centro. “Los estudiantes asistían al aula en shorts, gorras con la visera al revés, tomando bebidas, nos quedamos fríos pues aquello era casi ciencia ficción y poco a poco cambiaron esa actitud con el ejemplo. Ya no existía uno que tocara a la puerta cuando la clase había empezado por respeto, y de ellos también aprendimos, sobre todo portugués”.

Maritza Alonso podría escribir un libro de tantas historias vividas en otras tierras. Pero reconoce que, sin lugar a dudas, las experiencias durante la misión Barrio Adentro en Venezuela desde 2005 hasta diciembre de 2009 la marcaron para siempre.

Las imágenes de altas montañas y los ríos más sorprendentes se conservan en la memoria. Los apreció de cerca al transportarse en avionetas o lanchas muy rudimentarias hacia diversos estados de la nación bolivariana, por ejemplo, la zona de Delta Amacuro, de bastante atraso y otros más desarrollados como Bolívar y Sucre.

Con más de 50 años pidió ir a la selva Amazónica, en un momento en el que marchaba la identificación de los lugares donde realmente existían posibilidades de captar estudiantes de Medicina. Casi a regañadientes lo consiguió.

“Era interés de Chávez y el Ministerio de Salud que en esos sitios algún nativo se convirtiera en médico. Al llegar estaban los especialistas cubanos en Medicina General Integral encargados de presentar la situación, conocían las comunidades y en varios municipios como Río Negro, encontré alumnos nuestros. ¡Qué sorpresa cuando me dijeron: ¿Profe, usted aquí?!”

La Universidad de Ciencias Médicas siempre contó con ella en sus tres sedes y vuelve incluso luego de jubilarse porque aunque se considera una “insoportable ama de casa” no puede vivir sin sus alumnos. Allí los futuros histólogos y educandos del primer y segundo año reciben sus conocimientos.

“Trato de incentivar el esfuerzo desde el inicio de la carrera, porque de no existir motivación en ese arranque tampoco será suficiente cuando tengan que salvar una vida. Necesitamos que tengan esa responsabilidad. También me interesa que mantengan las cualidades humanas, entiendan que representamos a Cuba, nada de lo que hice estuvo separado de ese concepto”.

En clases conserva intacta la energía de principiante pero también la exigencia. Asegura que el mejor regalo son los resultados y las opiniones de los estudiantes, cuando manifiestan lo aprendido.

“Me encanta ser docente, no por la histología que pude haber enseñado, sino porque me cautiva el trabajo con los jóvenes. Me siento orgullosa de ser parte de esta Universidad que ha formado a tantos profesionales nobles y dignos, que aunque no son producto de la labor de una sola persona, pienso que en algún momento de sus vidas estuve contribuyendo a eso”.

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