¿Cuál es tu lógica?
De seguro, si dedicas al menos un rato a las redes sociales, una frase sobre la lógica japonesa y la lógica latina se ha cruzado más de una vez en tu camino. Cuando la lees resulta un choque “atómico”, de esos que te hacen pensar en nuestra cultura, en los tuyos, y por más lejos que estés de casa quedas identificado o te sientes irremediablemente ofendido con la comparación.
La lógica japonesa indica que si alguien puede hacerlo, significa que yo también puedo hacerlo. Si nadie puede hacerlo, significa que debo ser el primero. Muy contraria a la lógica latina: si alguien puede hacerlo, que lo haga él. Si nadie puede hacerlo, ¿por qué tengo que hacerlo yo?
La frase no por gusto se ha vuelto viral en varias versiones. Emergen innumerables situaciones de cuando la vida nos pone frente a circunstancias exigentes y se decide dejar que otros hagan, elección vista como elemento que nos identifica y es, al mismo tiempo, causa del subdesarrollo de la región.
Atribuida a un tal Jerry o Candidman, la popular expresión no posee referencias e investigaciones que la sostengan. Estudios de Marcelo Baudino, consultor y formador intercultural en América Latina, establecen estereotipos al crear una generalización y aplicarla de forma indiscriminada a los individuos de un grupo, en este caso los latinos.
Los cubanos somos parte de ese gran engranaje diverso y a la vez lleno de similitudes que es Latinoamérica y sí, muchos admiramos la cultura de quienes habitan la Tierra del Sol Naciente, desde sus platos tradicionales, el manga y el anime, los avances tecnológicos hasta su asombrosa capacidad industrial, que a menudo nos deja boquiabiertos y los convierte en una de las principales potencias económicas del mundo.
Sin embargo, ¿cuál es la verdadera clave del éxito? ¿Acaso la mejor lógica es propia de una cultura determinada, una cultura extranjera?
Las actitudes de tirar la primera piedra o dejar que alguien más tome la batuta no son exclusivas de un lugar, pueblo o una cultura, dependen del modo de ver la vida de cada persona. Pensemos cuántos ejemplos existen a nuestro alrededor de quienes son muy dispuestos a emprender tareas o se sientan a esperar por la solución sin mo ver un dedo.
El caso vale para cuántas escenas existan, desde el trabajo en equipo orientado en la escuela hasta la simple decisión de ceder el asiento en la guagua, recoger la basura dispersa en los alrededores del barrio, o asumir un cargo de dirección.
Si bien la segunda actitud trae beneficios, al nunca confrontar con la angustia de tomar decisiones o cometer errores, a veces, resulta una necesidad, incluso una responsabilidad, arriesgarse.
Si el estudiante de pésimos resultados docentes, espera mejorar durante el curso, y debe presentar un trabajo pero no se prepara, porque otro del equipo lo hará por él, termina lanzándose al vacío. Si en medio de una cola, aprecias cierto desorden y exiges tu derecho, el reclamo funciona como catalizador y activas a los que te rodean. Si eres testigo de un maltrato y lo dejas pasar con la idea de que otro lo denuncie, formarías parte de esa cadena cada vez más larga e interminable.
A todas luces, el vivir de lo que hagan los demás nos vuelve conformistas al punto de anular capacidades y potencialidades. Entre más se delegan en otros las responsabilidades más crece la desconfianza frente a lo que somos capaces de hacer.
Quien lo dude que escuche las experiencias más constructivas en voz del innovador que piensa y hace por su empresa, el joven que no esperó porque el anciano pidiera de favor que lo ayudaran a cruzar la calle, la delegada que mueve cielo y tierra para resolver un problema de todos, el chofer que marca la diferencia y le alegra el día a los pasajeros.
Como ejercicio social es necesario practicar la primera lógica, que lejos de indicar si somos asiáticos, europeos o latinos, refleja si somos mejores personas.
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