Colas vs Mortal Kombat

A lo lejos se divisa una multitud de personas que se vuelven un espejismo debido al intenso sol. “La tarde promete”- me digo a mi misma-, entonces distingo al inspector popular con su traje azul, cierro los ojos por un instante y pienso “solo falta la cola”.

Cada vez que me aproximo a la concurrida parada de ómnibus del Viaducto, en la ciudad de Matanzas, suena una música épica de fondo, se activan mis sentidos y se tornan aún más nítidos los rostros de mis semejantes, como si formáramos parte de la misma banda sonora.

Llegas y compruebas que no es una ilusión óptica. Personas de carne y hueso que necesitan trasladarse al trabajo, regresar a casa luego de un turno médico o una guardia complicada, visitar a algún familiar o a unos amigos… coinciden en el mismo sitio con la esperanza de que algo pare y recoja, gracias al trabajo del inspector, a quien todos suelen seguir llamándole el amarillo.

La masa se mantiene quieta, pero está viva, desde su mismo centro se escucha hablar del último juego de pelota, de las medidas de ahorro adoptadas por el país frente al bloqueo, del capítulo más reciente de la novela brasileña o del examen del profesor.

De pronto una señora pide el último y le responden “¡Aquí no hay último, esto es sálvese quien pueda!”, en ese instante estaciona un vehículo y la muchedumbre se convierte en avalancha de rivales, desde una esquina una muchacha suplica que respeten la cola armada por unos pocos, mientras otros se amontonan e intentan llegar a la puerta del medio de transporte según la ley del más fuerte.

Recuerdo que un joven universitario, comparó tal fenómeno con el videojuego Mortal Kombat, de notable realismo, en el cual cada luchador tiene su propia historia dentro del torneo y movimientos de pelea, incluso trucos especiales para vencer al oponente.


En esa batalla “cuerpo a cuerpo” cada quien pierde algo de humanidad, pues resulta denigrante que una persona maltrate a otra, la agreda física o verbalmente por “clasificar” en un ómnibus, como le llaman popularmente; o el que monte primero se considere triunfador cuando deja atrás a la embarazada, el anciano, el impedido físico y la mujer con el niño en brazos.

La situación que enfrenta el país con el déficit de combustible afecta al cubano de a pie y aunque las medidas revitalizadas alivian un poco el flujo, no basta con la labor del transportista y la sensibilidad del chofer de un carro estatal o particular, si quienes permanecen en las paradas no asumen la capacidad de respetarse a pesar del apuro y el cansancio.

En este contexto también es preciso que predomine la civilidad. Las colas, productos de la necesidad, que nos persiguen por doquier y son tantas veces satanizadas, pues los que entran en ella se impacientan y hasta molestan, son contradictoriamente una alternativa viable, esenciales como modo de organización.

El inspector popular no solo resulta útil para garantizar la botella y anotar la chapa del indolente, también puede convertirse en agente clave contra el desorden, ese que abre las puertas a los llamados carteristas o a cualquier accidente entre tanta multitud.
  
¿Acaso no sería mucho más factible que se exija la cola desde un inicio en lugar de dejar que todo sea cuestión de suerte, que cada cual suba el auto cuando toque su turno en lugar de alertar que cuiden sus bolsillos en el molote, que un débil visual tenga prioridad en lugar de esperar a que solicite ayuda?

Los buenos ejemplos deberían extenderse. En la parada del semáforo frente al aeropuerto viejo de Varadero, los viajeros que van hacia Boca de Camarioca, Matanzas o La Habana se ubican en orden de llegada y avanzan rápidamente, en gran medida gracias a la labor de los inspectores populares, y todos velan porque algunos “vivos” que intentan burlar a los demás no se salgan con la suya.

El mundo de las colas es complicado pero perfectible, por eso cruzo los dedos y me aferro a él no por un instinto masoquista, más bien porque cuando sea posible llegar al lugar deseado con rapidez y no tenga sentido su existencia, al menos quede la cortesía y la amabilidad de nuestro lado, sin la música épica de fondo.

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